30 de noviembre de 2008

Benedicto XVI recuerda una vez más a Pío XII

Benedicto XVI ha vuelto a hablar de su augusto predecesor el Siervo de Dios Pío XII, de venerada memoria. Ha sido hoy, el primer domingo de Adviento, en ocasión de su visita como obispo de Roma a la parroquia de San Lorenzo Extramuros. Durante la homilía, el Santo Padre ha recordado que el papa Pacelli acudió inmediatamente después de un mortífero bombardeo de los Aliados sobre el popular barrio de San Lorenzo al lugar del trágico hecho para estar cerca de las víctimas y de los damnificados. Además de muchas viviendas de gente humilde, las bombas habían destruido la venerable y antiquísima basílica dedicada al diácono español, así como parte del cementerio adyacente del Campo Verano (donde, por cierto, la tumba familiar de los Pacelli quedó seriamente dañada).

Pío XII hizo repartir entre los presentes todo el dinero y la ayuda material que pudo recolectar al salir del Vaticano y que le aprontó el entonces substituto de la Secretaría de Estado monseñor Giovanni Battista Montini (futuro Pablo VI), testigo de primera mano de aquellas trágicas jornadas. Pero fue sobre todo el apoyo espiritual del Papa lo que conmovió a la gente, entre la que se mezcló diligente y compasivo, prodigando palabras de consuelo, reconfortantes bendiciones y su absolución sacerdotal. Su blanca sotana quedó impregnada de sangre inocente y del hollín de las todavía ardientes ruinas. Hoy una estatua del pontífice frente a la basílica reconstruida recuerda la pastoral solicitud de aquel a quien Roma saluda como el Defensor Civitatis.

Reproducimos el pasaje de la homilía de Su Santidad el Papa felizmente reinante, en el que hace mención honrosa del gran Pío XII:

“Cade quest’anno il 50° anniversario della morte del Servo di Dio, Papa Pio XII, e questo ci richiama alla memoria un evento particolarmente drammatico nella storia plurisecolare della vostra Basilica, verificatosi durante il secondo conflitto mondiale, quando, esattamente il 19 luglio 1943, un violento bombardamento inflisse danni gravissimi all’edificio e a tutto il quartiere, seminando morte e distruzione. Non potrà mai essere cancellato dalla memoria della storia il gesto generoso compiuto in quella occasione da quel mio venerato Predecessore, che corse immediatamente a soccorrere e consolare la popolazione duramente colpita, tra le macerie ancora fumanti”.

Nuestra traducción:

“Se cumple en este año el 50º aniversario de la muerte del Siervo de Dios el papa Pío XII y esto nos trae a la memoria un acontecimiento particularmente dramático en la historia multisecular de vuestra basílica que tuvo lugar durante el segundo conflicto mundial, cuando, exactamente el 19 de julio de 1943, un violento bombardeo infligió daños gravísimos al edificio y a todo el barrio, sembrando muerte y destrucción. No podrá borrarse nunca de la memoria de la Historia el gesto generoso cumplido en aquella ocasión por mi venerado predecesor, que corrió inmediatamente a socorrer y consolar a la población duramente castigada, entre escombros aún humeantes”.


Fuente: Boletín diario de la Sala de Prensa de la Santa Sede del 30.XI.2008

25 de noviembre de 2008

Ecos del Año Pacelliano desde Colombia


También Colombia se ha sumado a los homenajes de que está siendo objeto Pío XII. Desde Bogotá nos ha escrito D. Juan David Velásquez, del Sodalitium Christianae Vitae, para informarnos de las actividades que se vienen desarrollando allí para difundir la vida, obra y pensamiento del gran Papa Pacelli y combatir la leyenda negra creada en su contra. Una de las más destacadas fue la conferencia que, precisamente sobre el tema "Pío XII y la Leyenda Negra" tuvo lugar el pasado viernes 19 de septiembre en un centro pastoral de la capital colombiana, organizada por el Centro de Estudios Católicos (CEC) y que estuvo a cargo del ilustre sodálite. Queremos hacer llegar desde aquí nuestra más sincera enhorabuena a los responsables de estas iniciativas que contribuyen a dar brillo al cincuentenario de Pío XII. Nos complace de manera particular que sea de las naciones hermanas hispanoamericanas (Colombia, Argentina) desde donde nos lleguen estos ecos del Año Pacelliano.

18 de noviembre de 2008

Recordatorio: Misa por Pío XII en Madrid



IN MEMORIAM



Siervo de Dios

PIO XII

Eugenio María Pacelli, Romano
(1876-1958)

Sumo Pontífice,
Pastor Angélico, Doctor Mariano,
Defensor de la Alma ciudad de Roma.

Durmió en la paz del Señor
en Castelgandolfo, el 9 de octubre de 1958.


Con motivo del cincuentenario de su piadoso
tránsito, Su Excelencia Reverendísima
Monseñor Manuel Monteiro de Castro,
Nuncio Apostólico de Su Santidad en España,
oficiará una misa en su memoria
el miércoles 19 de noviembre de 2008,
a las 20:30 horas (8:30 de la tarde)
en la madrileña Iglesia de la Concepción,
sita en la calle de Goya número 26.

Quedan todos invitados a este piadoso acto.

SIPA

14 de noviembre de 2008

Benedicto XVI vuelve a elogiar a su amado predecesor Pío XII


La ocasión ha sido durante la audiencia que Su Santidad Benedicto XVI concedió a los participantes en el congreso que sobre "La herencia del magisterio de Pío XII y el Concilio Vaticano II" organizaron conjuntamente las Pontificias Universidades Lateranenese y Gregoriana de Roma y que se desarrolló los pasados días 6, 7 y 8 de noviembre con gran éxito de público.

De las ponencias de los relatores del congreso, pero sobre todo de las iluminadas palabras del Papa se puede sacar la conclusión que las enseñanzas de Pío XII constituyen la mejor guía para una hermenéutica de la continuidad, es decir, para una recta interpretación del Concilio a la luz de la Tradición. El magisterio del Pastor Angelicus se erige así en un punto de referencia indispensable para entender y aplicar el Vaticano II.

Notemos de paso cómo el Santo Padre felizmente reinante no ahorra oportunidad para poner de relieve la figura de Pío XII y hacer su encomio, lo cual constituye la mejor y más autorizada respuesta a los ataques que últimamente se dirigen contra la santa memoria del papa Pacelli.

Ofrecemos seguidamente la traducción española oficial de la memorable alocución de Benedicto XVI, pronunciada el sábado 8 de noviembre en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano.


DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE PÍO XII ORGANIZADO POR LAS PONTIFICIAS UNIVERSIDADES LATERANENSE Y GREGORIANA

Sala Clementina
Sábado 8 de noviembre de 2008


Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros con ocasión del congreso sobre: "La herencia del magisterio de Pío XII y el concilio Vaticano II", organizado por la Pontificia Universidad Lateranense juntamente con la Pontificia Universidad Gregoriana. Es un congreso importante por el tema que afronta y por las personas eruditas, procedentes de varias naciones, que participan en él. Al dirigir a cada uno mi cordial saludo, doy las gracias en particular a monseñor Rino Fisichella, rector magnífico de la Universidad Lateranense, y al padre Gianfranco Ghirlanda, rector de la Universidad Gregoriana, por las amables palabras con que han interpretado los sentimientos comunes.

He apreciado el comprometedor tema en el que habéis concentrado vuestra atención. En los últimos años, cuando se ha hablado de Pío XII, la atención se ha concentrado de modo excesivo en una sola problemática, por lo demás tratada de modo más bien unilateral. Prescindiendo de cualquier otra consideración, eso ha impedido un acercamiento adecuado a una figura de gran relevancia histórico-teológica como es la del Papa Pío XII. El conjunto de la imponente actividad llevada a cabo por este Pontífice, y de modo muy especial su magisterio, sobre el que habéis reflexionado en estos días, son una prueba elocuente de lo que acabo de afirmar. En efecto, su magisterio se caracteriza por una enorme y benéfica amplitud, así como por su excepcional calidad, de forma que se puede decir muy bien que constituye una valiosa herencia que la Iglesia ha atesorado y sigue atesorando.

He hablado de "enorme y benéfica amplitud" de este magisterio. Baste recordar, al respecto, las encíclicas y los numerosísimos discursos y radiomensajes contenidos en los veinte volúmenes de sus "Enseñanzas". Son más de cuarenta las encíclicas que publicó. Entre ellas destaca la Mystici Corporis, en la que el Papa afronta el tema de la verdadera e íntima naturaleza de la Iglesia. Con una amplia investigación pone de relieve nuestra profunda unión ontológica con Cristo y —en él, por él y con él— con todos los demás fieles animados por su Espíritu, que se alimentan de su Cuerpo y, transformados en él, le permiten seguir extendiendo en el mundo su obra salvífica. Íntimamente vinculadas con la Mystici Corporis están otras dos encíclicas: la Divini afflante Spiritu sobre la Sagrada Escritura y la Mediator Dei sobre la sagrada liturgia, en las que se presentan las dos fuentes en las que deben beber quienes pertenecen a Cristo, Cabeza del Cuerpo místico que es la Iglesia.

En este contexto de amplias dimensiones, Pío XII trató sobre las diversas clases de personas que, por voluntad del Señor, forman parte de la Iglesia, aunque con vocaciones y tareas diferentes: los sacerdotes, los religiosos y los laicos. Así, emanó sabias normas sobre la formación de los sacerdotes, que se deben caracterizar por el amor personal a Cristo, la sencillez y la sobriedad de vida, la lealtad con sus obispos y la disponibilidad con respecto a quienes están encomendados a sus cuidados pastorales.

En la encíclica Sacra virginitas y en otros documentos sobre la vida religiosa, Pío XII puso claramente de manifiesto la excelencia del "don" que Dios concede a ciertas personas invitándolas a consagrarse totalmente a su servicio y al del prójimo en la Iglesia. Desde esta perspectiva, el Papa insiste fuertemente en la necesidad de volver al Evangelio y al auténtico carisma de los fundadores y de las fundadoras de las diversas órdenes y congregaciones religiosas, aludiendo también a la necesidad de algunas sanas reformas.

Fueron numerosas las ocasiones en que Pío XII trató acerca de la responsabilidad de los laicos en la Iglesia, aprovechando en particular los grandes congresos internacionales dedicados a estos temas. De buen grado afrontaba los problemas de cada una de las profesiones, indicando por ejemplo los deberes de los jueces, de los abogados, de los agentes sociales, de los médicos: a estos últimos el Sumo Pontífice dedicó numerosos discursos, ilustrando las normas deontológicas que deben respetar en su actividad.

En la encíclica Miranda prorsus el Papa puso de relieve la gran importancia de los medios modernos de comunicación, que de un modo cada vez más incisivo estaban influyendo en la opinión pública. Precisamente por esto, el Sumo Pontífice, que valoró al máximo la nueva invención de la Radio, subrayaba el deber de los periodistas de proporcionar informaciones verídicas y respetuosas de las normas morales.

Pío XII prestó también atención a las ciencias y a los extraordinarios progresos llevados a cabo por ellas. Aun admirando las conquistas logradas en algunos campos, el Papa no dejó de poner en guardia ante los peligros que podía implicar una investigación no atenta a los valores morales. Baste un solo ejemplo: fue célebre el discurso que pronunció sobre la fisión de los átomos ya realizada. Sin embargo, con extraordinaria clarividencia, el Papa advirtió de la necesidad de impedir a toda costa que estos geniales progresos científicos fueran utilizados para la construcción de armas mortíferas que podrían provocar enormes catástrofes e incluso la destrucción total de la humanidad. Y no podemos menos de recordar los largos e inspirados discursos sobre el anhelado nuevo orden de la sociedad civil, nacional e internacional, para el que indicaba como fundamento imprescindible la justicia, verdadero presupuesto para una convivencia pacífica entre los pueblos: "opus iustitiae pax".

Merece también una mención especial la enseñanza mariológica de Pío XII, que alcanzó su culmen en la proclamación del dogma de la Asunción de María santísima, por medio del cual el Santo Padre quería subrayar la dimensión escatológica de nuestra existencia y exaltar igualmente la dignidad de la mujer.

Y ¿qué decir de la calidad de la enseñanza de Pío XII? Era contrario a las improvisaciones: escribía cada discurso con sumo esmero, sopesando cada frase y cada palabra antes de pronunciarla en público. Estudiaba atentamente las diversas cuestiones y tenía la costumbre de pedir consejo a eminentes especialistas, cuando se trataba de temas que exigían una competencia particular. Por naturaleza e índole, Pío XII era un hombre mesurado y realista, alejado de fáciles optimismos, pero también estaba inmune del peligro del pesimismo, impropio de un creyente. Odiaba las polémicas estériles y desconfiaba profundamente del fanatismo y del sentimentalismo.

Estas actitudes interiores dan razón del valor y la profundidad, así como de la fiabilidad de su enseñanza, y explican la adhesión confiada que le prestaban no sólo los fieles, sino también numerosas personas que no pertenecían a la Iglesia. Considerando la gran amplitud y la elevada calidad del magisterio de Pío XII, cabe preguntarse cómo lograba hacer tanto, dado que debía dedicarse a las demás numerosas tareas relacionadas con su oficio de Sumo Pontífice: el gobierno diario de la Iglesia, los nombramientos y las visitas de los obispos, las visitas de jefes de Estado y de diplomáticos, las innumerables audiencias concedidas a personas particulares y a grupos muy diversos.

Todos reconocen que Pío XII poseía una inteligencia poco común, una memoria de hierro, una singular familiaridad con las lenguas extranjeras y una notable sensibilidad. Se ha dicho que era un diplomático consumado, un jurista eminente y un óptimo teólogo. Todo esto es verdad, pero eso no lo explica todo. En él se daba también un continuo esfuerzo y una firme voluntad de entregarse a Dios sin escatimar nada y sin cuidar su salud enfermiza.

Este fue el verdadero motivo de su comportamiento: todo nacía del amor a su Señor Jesucristo y del amor a la Iglesia y a la humanidad. En efecto, era ante todo el sacerdote en constante e íntima unión con Dios, el sacerdote que encontraba la fuerza para su enorme trabajo en largos ratos de oración ante el Santísimo Sacramento, en diálogo silencioso con su Creador y Redentor. Allí tenía origen e impulso su magisterio, como por lo demás todas sus restantes actividades.

Así pues, no debe sorprender que su enseñanza siga difundiendo también hoy luz en la Iglesia. Ya han transcurrido cincuenta años desde su muerte, pero su poliédrico y fecundo magisterio sigue teniendo un valor inestimable también para los cristianos de hoy. Ciertamente, la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, es un organismo vivo y vital, y no ha quedado inmóvil en lo que era hace cincuenta años. Pero el desarrollo se realiza con coherencia. Por eso, la herencia del magisterio de Pío XII fue recogida por el concilio Vaticano II y propuesta de nuevo a las generaciones cristianas sucesivas.

Es sabido que en las intervenciones orales y escritas presentadas por los padres del concilio Vaticano II se registran más de mil referencias al magisterio de Pío XII. No todos los documentos del Concilio tienen aparato de notas, pero en los documentos que lo tienen, el nombre de Pío XII aparece más de doscientas veces. Eso quiere decir que, con excepción de la Sagrada Escritura, este Papa es la fuente autorizada que se cita con más frecuencia.

Además, se sabe que, por lo general, las notas de esos documentos no son simples referencias explicativas, sino que a menudo constituyen auténticas partes integrantes de los textos conciliares; no sólo proporcionan justificaciones para apoyar lo que se afirma en el texto, sino que ofrecen asimismo una clave para su interpretación.

Así pues, podemos muy bien decir que, en la persona del Sumo Pontífice Pío XII, el Señor hizo a su Iglesia un don excepcional, por el que todos debemos estarle agradecidos. Por tanto, renuevo la expresión de mi aprecio por el importante trabajo que habéis realizado en la preparación y en el desarrollo de este congreso internacional sobre el magisterio de Pío XII y deseo que se siga reflexionando sobre la valiosa herencia que dejó a la Iglesia este inmortal Pontífice, para sacar provechosas aplicaciones a los problemas que surgen en la actualidad. Con este deseo, a la vez que invoco sobre vuestro esfuerzo la ayuda del Señor, de corazón imparto a cada uno mi bendición.

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13 de noviembre de 2008

MADRE PASCALINA LEHNERT (1894-1983): A VEINTICINCO AÑOS DE SU MUERTE

«Es conocido el dicho: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Pío XII fue grande por muchos conceptos, aunque algunos ahora discuten su envergadura. Al menos no se le podrá negar haber sido el pontífice que mejor encarnó la idea de grandeza unida tradicionalmente al Papado. Pues bien, detrás de Eugenio Pacelli se escondía una mujer más bien diminuta, pero con un temple de acero y una voluntad a toda prueba: sor Pascualina Lehnert, monja de la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz de Menzingen». Así comenzaba don Apeles Santolaria de Puey y Cruells un capítulo que en su enjundioso libro Historias de los Papas (1999) dedicó a la más influyente y menos visible mujer que ha habido cerca del trono de Pedro. Y las hubo de campanillas: desde las Teofilactas hasta la reina Cristina de Suecia, pasando por la condesa Matilde, Lucrecia Borgia y donna Olimpia Maidalchini.

La Madre Pascalina (o Pascualina) –como se la conocía popularmente– fue llamada de manera irónica y maliciosa la Virgo potens por aquellos que soportaban mal su ascendiente sobre Pío XII y su posición de privilegio en los Palacios Apostólicos. En un mundo tradicionalmente cerrado y dominado por hombres, las mujeres desempeñaban tareas muy subalternas y, desde luego, no en el entorno inmediato del Papa. Por eso, ya Pío XI había debido enfrentarse a los monseñores vaticanos cuando se trajo consigo desde Milán a su fiel gobernanta lombarda, Teodolinda Banfi, para que le llevara los apartamentos papales. Pero la monja a la que Eugenio Pacelli otorgó toda su confianza fue mucho más que un ama de llaves: fue también secretaria y confidente, fue la organizadora y gobernadora indiscutible del entorno del Papa, sólo que, imbuida de un sentido sobrenatural de las cosas, nunca abusó de esta circunstancia ventajosa. Y ello en medio de un mundillo donde el carrierismo es una tentación cotidiana.

La historia de esta extraordinaria mujer comienza en Ebersberg, un pueblo de la Baja Baviera (la misma región donde vería la luz Benedicto XVI), donde nació el 25 de agosto de 1894. Era la séptima de los doce hijos de un matrimonio de campesinos fervientemente católicos. Desde pequeña dio muestras de su gran sentido de responsabilidad y de orden, así como de su dedicación al trabajo. Ayudaba como ninguna en las tareas domésticas. Con quince años marchó de la casa paterna para seguir una temprana vocación religiosa, ingresando en la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz de Menzingen, fundada en Suiza a mediados del siglo XIX y dedicada fundamentalmente a la enseñanza. Hecha la profesión religiosa con el nombre de sor Josefina, la joven monja fue destinada a la instrucción de niñas en colegios de la congregación. En uno de éstos se encontraba cuando en marzo de 1918 la mandó llamar la madre provincial de Alttöting (casa de la que dependía) para enviarla, junto a otra hermana, para ayudar en la organización material de la nunciatura de Munich por un período de dos meses. Sólo que, como escribió en sus memorias, la ayuda se prolongó indefinidamente.

Desde su primer encuentro surgió una mutua simpatía entre Pacelli y sor Pascalina. Ésta quedó impresionada por la elegancia natural y sin artificio del nuncio y adivinó la necesidad que tenía de un ambiente familiar e íntimo, en el que pudiera refugiarse una persona delicada como él. A su vez el prelado supo inmediatamente apreciar la laboriosidad, eficiencia y discreción de la monja y que podía contar con ella y otorgarle su confianza. Tanta depositó en ella que salió garante de su integridad cuando se suscitaron las primeras intrigas por parte de los otros empleados de la casa, que no llevaban bien el ritmo de trabajo impuesto por sor Pascalina, cuyo sentido de la disciplina y la energía con que la aplicaba la hacían parecer autoritaria. Aunque su fuerte carácter no contribuía a crearle simpatías, nadie pudo negar nunca su profunda fe y su lealtad a la Iglesia.

De los tiempos de Munich fue testigo de excepción de un dramático episodio del que fue protagonista Pacelli. Fue poco después del final de l Gran Guerra. La monarquía milenaria de los Wittelsbach había caído y había quedado instaurado un régimen socialdemócrata presidido por Kurt Eisner. Al ser asesinado éste en febrero de 1919, los comunistas se levantaron en armas y asaltaron el poder proclamando la efímera pero sangrienta República Soviética de Baviera. En medio de los desórdenes callejeros, volvió el nuncio a su residencia desde Suiza, donde había pasado un período de convalecencia. Cierto día los revolucionarios armados invadieron la nunciatura. Monseñor Pacelli salió y se enfrentó a los asaltantes, uno de los cuales llegó a apuntarle con su revólver en el pecho. Sólo el aplomo y la desarmante dignidad del prelado hicieron que aquéllos se retiraran sin causar más daño. A pesar de la campaña de desprestigio de la que fue objeto el nuncio por parte de las autoridades revolucionarias, no detuvo su acción benéfica a favor de los más necesitados, en la cual se había prodigado desde que puso pie en Alemania en 1917, fiel a la línea de Benedicto XV, que, no pudiendo detener l’inutile strage de la guerra, quería paliar sus efectos mediante el ejercicio de una intensiva y eficiente red de caridad.

En 1920 fue nombrado nuncio ante la República de Weimar, reteniendo la nunciatura de Munich. No marchó a Berlín hasta 1925, siendo precedido por sor Pascualina, a la que había enviado a la capital alemana para buscar una sede adecuada para la nueva representación pontificia y organizarla, lo cual hizo ella a satisfacción, escogiendo una bella residencia al lado del Tiergarten y dirigiendo los trabajos de restauración y adaptación. Gracias a la gran personalidad de Pacelli y a la sabia administración de su gobernanta, la nunciatura berlinesa se convirtió en el corazón de la vida católica en una ciudad de rigurosa tradición protestante. Sus salones fueron escenario de las más brillantes recepciones y su capilla el de bautizos, comuniones y hasta conversiones. El nuncio, decano del cuerpo diplomático y dotado de un extraordinario don de gentes, fue conocido y querido no sólo por los propios, sino también por los extraños. Por eso, cuando en 1929 fue llamado por Pío XI a Roma para recibir el rojo capelo, la despedida, en la estación ferroviaria de Berlín, fue apoteósica y muy emotiva.

Pascalina creyó llegada la hora de decir adiós a su querido monseñor tras once años de fieles servicios, pero Pacelli no supo, ni pudo ni quiso prescindir de ella y la llamó a Roma. Ella partió sólo después de haberse encargado personalmente de mandar expedir el nuevo mobiliario del neo-cardenal, que le fue regalado por los obispos germanos como recuerdo de su fructífera estancia en Alemania. En la Ciudad Eterna, la religiosa siguió siendo la fiel y discreta auxiliar de siempre. Fue testigo de la paciente elaboración de la encíclica Mit brenneder Sorge contra el nazismo, obra conjunta de los cardenales Pacelli y Faulhaber, que Pío XI firmó y mandó publicar desde los púlpitos de todas las parroquias de Alemania en 1934. Pascalina participó en los viajes del cardenal secretario de Estado para subvenir a sus necesidades de orden práctico, en lo que se desempañaba de maravilla. Lo hizo con tal prudencia y recato que nadie se percató de su presencia en los diferentes países que visitó junto a Pacelli. Se había hecho tan necesaria a éste que, incluso, por un privilegio sin precedentes, se la autorizó a asistir al cardenal durante el cónclave que siguió a la muerte de Pío XI y del que saldría aquél elegido, siendo la única mujer conclavista de la Historia.

Cuando Pío XII se instaló en los apartamentos papales en el tercer piso del Palacio Apostólico, sor Pascalina se encargó de recrear en ellos la atmósfera hogareña y sencilla que tanto necesitaba Pacelli y ella había sabido imponer en el pasado. El círculo íntimo de Pacelli era predominantemente alemán: monseñor Ludwig Kaas, a quien le unía una buena amistad desde los tiempos en que éste era presidente del Zentrum o partido católico alemán; el P. Robert Leiber, jesuita, su secretario; el P. Agustín Bea, su confesor, y, las hermanas Maria Corrada y Erwaldiss, dirigidas por sor Pascalina, encargadas de la tareas domésticas. A la familiaridad del Papa eran admitidos también el conde Enrico Galeazzi y su medio hermano el oftalmólogo Riccardo Galeazzi-Lisi –que fungía de arquíatra pontificio– y, por supuesto, los sobrinos del Papa. También los cardenales Faulhaber y Spellman, amigos personales de Pío XII. Sor Pascalina vigilaba atentamente para que el Santo Padre pudiera tener tranquilidad en sus pocas horas de intimidad, cosa que requería una gran firmeza y una buena dosis de coraje para enfrentarse a los curiales y a todo aquel que pretendía franquear ese pequeño mundo doméstico.

Y es que la solícita franciscana sabía mejor que nadie la vida de auténtico sacrificio que llevaba el Papa, que consideraba su deber no dejar de recibir a los fieles católicos del mundo entero que venían a verle (recuérdese que antaño los pontífices no viajaban). De las audiencias de rigor con sus colaboradores de los dicasterios de la Curia Romana y de las de protocolo para recibir a Jefes de Estado, gobernantes, diplomáticos y personalidades, pasaba a las audiencias generales, en las que no paraba de bendecir y extender la mano para que le la gente pudiera besarle el anillo o para acariciar con el sincero afecto del padre común a los atribulados y a los niños. Y aunque las audiencias le dejaban exhausto, no se permitía más solaz durante el día que su paseo cotidiano de una hora por los jardines vaticanos, para volver en seguida al trabajo, esta vez de despacho, escribiendo sus discursos y encíclicas, documentándolos cuidadosamente y repasándolos y corrigiéndolos una y otra vez, tanta era su meticulosidad. Sor Pascalina tenía siempre a mano manguitos para que no se ensuciara la blanca sotana con la tinta con la que escribía.

Durante los terribles años de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación la rutina en los apartamentos pontificios se vio alterada por nuevas responsabilidades. El Papa multiplicó las audiencias y abolió el protocolo para recibir a los heridos y mutilados. Además, creó una Oficina de Información para recabar y brindar toda clase de informaciones sobre prisioneros de guerra y desparecidos. Siguiendo el ejemplo de Benedicto XV durante la Gran Guerra, Pío XII ejerció una eficaz acción de beneficencia para paliar los horrores de la contienda. Sor Pascualina fue puesta al frente de los almacenes en los que se clasificaban toda clase de subsistencias que, a continuación, partían hacia los más diversos destinos llevando el auxilio y el consuelo material del Papa a las pobres víctimas. También fue testigo directo la gobernanta de cuanto se hizo por indicación suya a favor de los judíos perseguidos; cómo levantó la clausura de los monasterios y conventos femeninos para que pudieran recibir refugiados; cómo dispuso la apertura del palacio lateranense, de la villa papal de Castelgandolfo, de los edificios extraterritoriales y de las dependencias de la Santa Sede para acoger a los proscritos, sin distinción de raza ni de credo religioso o político; cómo vació las arcas papales para aliviar la penuria de los más desgraciados. Cuando Roma fue bombardeada, su hijo más ilustre, nacido en la Urbe, no dudó un momento en acudir a consolar a las víctimas. En esas correrías, sor Pascualina pidió a monseñor Montini que no dejara solo al Papa.

Pasada la tormenta, mientras los hombres de Estado y los políticos se dedicaban a reconstruir la Europa martirizada, Eugenio Pacelli erigía a la Iglesia Católica como un faro y un punto de referencia para el resurgimiento de aquélla. Fueron años en los que la institución gozó el máximo prestigio alcanzado en tiempos modernos. No faltaban ciertamente los puntos obscuros (que andando el tiempo se manifestarían con virulencia), pero la Cristiandad estaba en su apogeo, el cual tuvo una expresión inequívoca con ocasión del Año Santo de 1950. A partir de entonces y tras el inaudito esfuerzo realizado por un hombre de salud delicada, las fuerzas de Pío XII empezaron a declinar, aunque él no se diera tregua ni se hiciera a sí mismo concesión alguna. Sólo interrumpió su habitual ritmo obligado por algunas graves crisis que hicieron tmer por su vida, siendo la peor la experimentada durante el Año Santo Mariano de 1954, durante la que estuvo a las puertas de la muerte. Tanto en los momentos de triunfo como en los de postración física, Pascalina Lehnert fue su ángel tutelar, que contrarrestó con su dedicación las inepcias de algunos tratamientos que recibió el Santo Padre y no hicieron otra cosa que debilitarlo aún más. El cerco en torno a él se cerró aún más con evidente disgusto de los miembros de la Curia Romana. Pero a la monja no le dolían prendas a la hora de preservar el necesario aislamiento del Papa. Gracias a sus cuidados y a una increíble capacidad de resistencia puede decirse que logró sobrevivir unos años más.

Hasta que sucedió lo inevitable, la inexorable ley de vida, a la que no escapan ni siquiera los Papas: la muerte. Ésta le sobrevino hallándose en Castelgandolfo, después de una agonía penosa, durante la cual sor Pascalina le rodeó de una atención conmovedora, ayudada de sus hermanas de hábito. De su dedicación amorosa al augusto moribundo dan fe unas fotografías que de los últimos momentos tomó subrepticiamente el profesor Galeazzi-Lisi para venderlas a un semanario francés y que revelan en medio del dramatismo la gran dimensión humana de la religiosa que estuvo cuarenta años al servicio lleno de devoción y desinteresado de un gran papa. De no haber sido por esta traición a la confianza depositada en él que cometió el arquíatra pontificio, la figura de sor Pascualina habría quedado definitivamente en la sombra bajo la que quiso vivir mientras estuvo junto a Pío XII. En efecto, en esos cuarenta años ella vivió siempre hurtándose escrupulosamente a las miradas ajenas, hasta el punto que, si todo el mundo hablaba de la monja que servía al Papa, a la que se atribuía un poder grandísimo, nadie era capaz de describirla porque simplemente no la habían visto nunca.

Momentos durísimos debieron ser para sor Pascalina los que siguieron al fallecimiento de su bienamado pontífice. Se desataron entonces todos los rencores contenidos en vida de éste y no le fueron ahorrados desaires e incomprensiones. Sin embargo, no era ella mujer que se arredrara ante la adversidad, de modo que se quedó en Roma como procuradora de su congregación y supervisora del servicio en el nuevo colegio para los seminaristas norteamericanos en el Janículo. Con el tiempo y donativos de gente amiga (entre ellos el conde Enrico Galeazzi) logró construir una casa de reposo para señoras ancianas, a la que puso por nombre Pastor Angelicus en recuerdo del papa Pacelli. Según ella misma declaró, sus últimos años quería dedicarlos a honrar la memoria de Pío XII y a rezar por su beatificación, aunque confesaba su escepticismo al ver con disgusto cómo se desperdiciaba la gran herencia de su pontificado. Fiel a su vocación, a sus recuerdos y a sí misma, sor Pascalina Lehnert murió un día como hoy en Viena, a los 89 años de edad, en la brecha y en el combate por honrar la memoria del gran Eugenio Pacelli.

Sus exequias fueron oficiadas por el que fuera obispo vicario de la Ciudad del Vaticano, el mismo que compuso la hermosa oración por la beatificación de Pío XII: monseñor Petrus Canisius van Lierde. A ellas asistió el cardenal Joseph Ratzinger, hoy papa Benedicto XVI. Sobre la tumba de sor Pascalina Lehnert en el Camposanto Teutónico, junto a la basílica de San Pedro, se podría escribir como epitafio las palabras del libro de los Proverbios, que parecen escritas para ella:

Mulierem fortem, quis inveniet?
Procul et de ultimis finibus pretium eius.
(Mujer de valor, ¿quién la hallará?
Raro y extremado es su precio).



11 de noviembre de 2008

Misa del Sr. Nuncio por Pío XII en Madrid


El próximo miércoles 19 de noviembre, a las 8 y media de la tarde, en la iglesia de la Concepción (calle de Goya nº 26) de Madrid, Mons. Manuel Monteiro de Castro, nuncio apostólico de Su Santidad, oficiará una misa en memoria de Pío XII, sumándose así a los homenajes que están teniendo lugar en todo el mundo católico con motivo del cincuentenario del piadoso tránsito del papa Pacelli.



Desde aquí manifestamos nuestro más profundo reconocimiento al Sr. Arzobispo Monteiro de Castro por su benevolencia en acceder a esta celebración, que esperamos sea el primer eslabón de una cadena de devotos tributos en honor al gran Pío XII que se extienda por toda España, país que le fue siempre especialmente afecto y donde la adhesión al Sucesor de Pedro fue tradicionalmente un especial timbre de catolicismo.

6 de noviembre de 2008

Intolerable ofensiva judía contra Pío XII


El cincuentenario de Pío XII está siendo marcado por el recrudecimiento de una auténtica ofensiva de parte judía contra la memoria de este pontífice, al que, sin embargo, la estadista israelí Golda Meir, definió como “un gran servidor de la paz”. A la intemperancia del rabino de Haifa contra Pío XII en el último sínodo de los obispos se han sumado nuevas manifestaciones de personalidades del mundo hebreo sobre el mismo tema. Pero antes de ocuparnos de ellas tenemos que referirnos a un hecho especialmente vergonzoso.


Terrorismo virtual


En el sitio internet Yalla Kadima de partidarios de la canciller israelí Tzipi Livni, que aspira a formar nuevo gobierno en su país, apareció hace poco como ilustración de un artículo precisamente sobre la controversia en torno a Pío XII una fotografía de Benedicto XVI con una esvástica sobrepuesta. La ministro expresó de inmediato en un comunicado su condena por este hecho, afirmando que no representa la posición su partido, el Kadima. Además, dispuso la substitución de la polémica imagen por otra fotografía del Papa Ratzinger sonriente sobre el fondo de la Plaza de San Pedro.

La conducta de la señora Livni ha sido impecable: no se podía ni se debía esperar otra cosa de una persona que se quiere dedicar seria y responsablemente a la política y, lo que es más, que pretende formar gobierno. Lo preocupante es que gente que se presenta en la red bajo el nombre de su partido se sienta con libertad para publicar ataques contra la Iglesia Católica como el que comentamos. Podría pensarse que se trata de jóvenes irresponsables o extremistas como los hay en cualquier agrupación humana, pero lo cierto es que, ¿cómo se les podría censurar cuando ven que una entidad dependiente del Estado de Israel, como es el Yad Vashem, mantiene una inscripción injuriosa sobre Pío XII en su museo, a pesar de las críticas de historiadores judíos y las protestas diplomáticas de los representantes de la Santa Sede? Si no se da buen ejemplo al más alto nivel, no se puede esperar que los demás sean razonables.


Herzog contra Herzog


Vayamos ahora a las últimas manifestaciones en el ámbito judío concernientes a Pío XII. El miércoles 22 de octubre, el ministro de gabinete israelí para Asuntos Sociales y Asuntos de la Diáspora, el laborista Yitzhak Herzog, bajó a la liza para declarar al periódico judío Haaretz: “El intento de volver santo a Pío XII es inaceptable. A lo largo del período del Holocausto el Vaticano sabía muy bien lo que estaba pasando en Europa. Sin embargo, no hay ninguna prueba de paso alguno dado por el Papa como exigía la estatura de la Santa Sede. El intento de volverlo santo es una explotación del olvido y una falta de conciencia. En lugar de actuar de acuerdo con el versículo bíblico “no depondrás contra la sangre de tu prójimo” (Lev. XIX, 16), el Papa guardó silencio, y quizás peor”.

La primera reflexión sobre estas indignantes palabras es que quien habla no es un particular, sino nada menos que un ministro del gobierno israelí, cuyas declaraciones, obviamente tienen una especial trascendencia. No es, desde luego, la mejor vía para cimentar unas relaciones tan delicadas como son las del Estado de Israel con la Santa Sede, que interesan a entrambas partes, máxime cuando el Vaticano ha dado pruebas de su buena voluntad y de una paciencia a toda prueba hasta la saciedad.

En segundo lugar, el ministro Herzog se erige en juez de una cuestión que está en manos de investigadores, historiadores y canonistas, y lo hace sin tener competencia ni título que lo avale como autoridad atendible. Se trata simplemente de un abogado que ha hecho carrera en la política, cosa que debiera haberle retenido antes de emitir dictámenes que no sólo nadie le ha pedido, sino que carecen por completo de seriedad científica. Da por hechas cosas que no se han podido probar hasta el momento y no sólo eso sino que se atreve a sugerir maliciosamente intenciones y acciones siniestras en el ánimo de Pío XII. No puede dejarse caer sobre la fama ajena sospechas terribles sin probar lo que se está queriendo decir. Hablar en este caso en términos de conjetura (“quizás”, “tal vez”, etc.) no sólo no es serio sino que es perverso.

En fin, llama la atención que quien se expresa de esta guisa del papa Pacelli sea precisamente el nieto de alguien que, por el contrario, no sólo lo tuvo en gran concepto, sino que sostuvo sin ambigüedades exactamente lo contrario. En efecto, el deslenguado ministro tuvo por abuelo paterno nada menos que al ilustre Yitzhak HaLevi Herzog (1889-1959), que fuera gran rabino del estado Libre de Irlanda de 1921 a 1936 y gran rabino azkhenazi de Palestina de 1936 hasta su muerte. Pues bien, el rabino Herzog –que ya había mostrado su reconocimiento en 1944 al entonces monseñor Roncalli, delegado apostólico en Estambul, por su labor a favor de los judíos de Rumanía– se dirigió por carta a Pío XII interesándose por la suerte de los niños judíos que fueron protegidos gracias a la acción de la Iglesia Católica. En ella escribió lo siguiente: “el pueblo israelita recuerda vivamente con la más profunda gratitud la ayuda prestada por la Santa Sede al pueblo sufriente durante la persecución nazi”. No sólo eso. Recuerda, además, todo lo que “Vuestra Santidad ha hecho por erradicar el antisemitismo de numerosos países”. No puede haber mayor mentís a lo que su nieto ha dicho recientemente. La misiva concluye con el voto de que “Dios permita que la Historia recuerde que cuando todo era negro para nuestro pueblo, Vuestra Santidad encendió para él una luz de esperanza”. Para el ministro Herzog, sin embargo, la Historia parace haberse vuelto desmemoriada.

La reflexión que cabe hacer sobre esta divergencia de opiniones es que las nuevas generaciones judías deberían prestar más atento oído a sus mayores. Éstos vivieron en carne propia la shoah y fueron víctimas y testigos de primera mano de cuanto aconteció en aquellos trágicos años. ¿Es que su testimonio no vale ya? ¿Quién mejor que ellos pueden saber lo que sucedió y de quién recibieron ayuda efectiva? Hoy, no obstante, parece ser que el interés político importa más que averiguar la verdad. Ahora bien, puestos a elegir entre el testimonio del abuelo y las opiniones de su nieto, la elección cae por su peso: el gran rabino es el contemporáneo de los hechos, escuchó sin duda a las víctimas, puedo sopesar lo que averiguó y qué duda cabe que hubiera hablado sin ambages de haber descubierto sombras en la actuación de Pío XII, sobre todo porque no existía en aquella época ninguna consideración política o diplomática que se lo pudiera estorbar.



¿Conocen ellos algo que no sabemos?

La semana pasada, por su parte, el rabino ortodoxo David Rosen, director del Instituto Heilbrunn para el Entendimiento Interreligioso Internacional y destacado miembro del Comité para el Diálogo Interreligioso Judeo-Católico, después de ser recibido por el Papa, ha informado a la prensa que un miembro de su delegación pidió explícitamente a Benedicto XVI “que no beatifique a Pacelli hasta que no se abran los archivos de su pontificado”, a lo que, siempre según Rosen, el Romano Pontífice habría respondido que “está considerando la hipótesis”. En todo caso, el rabino –que es el primer judío en ser caballero pontificio– puntualizó que “el caso Pío XII no debe obstaculizar un eventual viaje de Benedicto XVI a Tierra Santa, que desea realizar el Pontífice”.

El rabino Rosen suele ser comedido, pero estas frases suyas al final de la audiencia papal indican que se ha dejado llevar por la vorágine anti-pacelliana que se ha desatado de un tiempo a esta parte. Sin llegar a la agresiva rotundidad de Yitzhak Herzog, no logra esconder una cierta hostilidad a la idea de una eventual beatificación de Pío XII. De otro modo, ¿por qué hablar del asunto y continuar echando más leña al fuego siendo así que preside una entidad que busca, por el contrario, el diálogo y el entendimiento? Además, su condición de caballero pontificio debería haberle dictado la delicadeza de guardar silencio, deferencia obligada hacia quien a él le honra y le distingue.

En todo caso, no deja de sorprender el hecho de que una autoridad judía esté mejor informada de las intenciones del Papa con respecto a la beatificación de Eugenio Pacelli no sólo que los reverendos Padres Molinari y Gumpel, respectivamente postulador y relator de la causa de Pío XII, sino incluso que el mismísimo señor arzobispo Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, a quien sin duda las declaraciones periodísticas del rabino Rosen habrán dejado como mínimo perplejo. Cuesta creer que Benedicto XVI, tan delicado con todo el mundo, se confíe a unos visitantes ocasionales –ni siquiera católicos– antes que a sus asesores más cercanos. Sin poner en duda la palabra del caballero pontificio, cabe la posibilidad que haya malinterpretado una frase evasiva del Sumo Pontífice en respuesta al miembro de la delegación judía que tuvo la descortesía de meterse en un asunto interno de la Iglesia Católica que no le concierne.

Al menos alguien sensato

En todo este problemático contexto, las palabras del presidente del Estado de Israel, Shimon Peres, se imponen como un ejemplo de sensatez y marcan una razonable pauta de conducta a seguir por sus correligionarios: “Si Pío XII ayudó a los judíos debería haber pruebas de ello. Conozco al actual Papa y estoy convencido que irá hasta el fondo de la cuestión y que todos podremos atenernos a las conclusiones a las que llegue, sean cuales fueren”.